Cristo y la revolución
El problema de la violencia es algo que ha atañido nuestra historia humana desde sus comienzos. Pero siempre han existido hombres que han luchado pacíficamente por revocarla. Ente ellos se encuentra Jesucristo, hijo de Dios, fundador del cristianismo.
Aunque la Iglesia Católica esta sentada sobre las enseñanzas e ideales del Salvador, no ha estado exenta de violencia. La inquisición, las cruzadas y muchos otros eventos han hecho derramar sangre inocente en “nombre de Dios”. Pero esto no ha quedado en algo medieval, sino que se vive en la actualidad, ya que sacerdotes católicos participan activamente en las diferentes guerrillas del territorio americano principalmente, prestando un servicio pastoral a los subversivos, buscando la liberación armada de los sectores más populares de nuestro continente.
La Santa Sede condena estos actos, asumiendo una fuerte crítica a los religiosos y movimientos que apoyan estos sectores. Aunque sacerdotes no usen armas dentro de estas filas, la Iglesia repudia todo tipo de vínculo estrecho con las guerrillas. Pero ¿Qué pasa con los ejércitos? Son instituciones militarizadas, que buscan defender intereses de forma armada y donde sacerdotes y obispos son miembros autorizados por la jerarquía eclesial para pastorear esta institución, bajo la designación de castrenses. La iglesia legitima la participación del clero en el ejército por ser una institución legitimada, pero que ocupa la violencia al igual que la guerrilla.
No se debería condenar un sector y ser dócil con otro, cuando ambos tipos de milicia van contra el mandato de Jesús, el ya conocido “ámense los unos a los otros”. Como dicen por ahí, “ley pareja no es dura”, es por eso que la Iglesia no debería legitimar instituciones y movimientos que usen la violencia como medio de lograr fines, aunque no por eso estar ausente de hechos que ocurren en nuestro acontecer. El deber es ser luz y guías de los miembros para que dejen las armas, no para tomarlas y seguir reproduciendo la violencia.
Jesucristo fue un revolucionario, porque revolucionar es volver al revés, y eso fue lo que realizo Cristo con la sociedad de su tiempo. Destruyó una visión de mundo, construyendo otra totalmente diferente, sin armas, sin ejércitos, solo a través del carácter espiritual.
Los discípulos y gran cantidad de seguidores creían que Jesús sería un líder militar y que la revolución de la que se especulaba, sería de un carácter violento, donde correría sangre y habría muertes. Pero Cristo mostró que la paz y el amor son armas tanto o más poderosas que cualquier bomba de diez megatones. Los apóstoles no absorbieron ni entendieron de buena manera las utopías y enseñanzas que profesaba Jesús, queriendo lograr su liberación de forma violenta en ocasiones (como se mostró en el huerto de Getsemaní), a la vez de quererla lograr de forma inmediata, no al tiempo ni a la manera de Dios, que es con serenidad y paciencia.
En las guerrillas sucede algo similar a lo que ocurrió con los discípulos en los tiempos de Jesús, se busca la liberación de los oprimidos (algo que no es condenable, todo lo contrario) pero de forma violenta, tergiversando el mensaje del maestro. Ningún cristiano tiene derecho a acabar con la vida de otra persona en nombre de Dios, porque Dios es amor y el amor es vida. Además que Jesús nos demostró que luchar y ser revolucionario no es tomar armas y lanzarse a la sierra, sino que amar y entregarse por entero a los hermanos que más lo necesitan.
Por eso, sintámoslos revolucionarios, verdaderos guerrilleros de Jesús, de ese Jesús que con paz y amor, conquistó un mundo entero, que trasciende (y trascenderá) por los siglos de los siglos.
“Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia”
Herman Hesse
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