lunes, 14 de abril de 2008

Cristo y la revolución

El problema de la violencia es algo que ha atañido nuestra historia humana desde sus comienzos. Pero siempre han existido hombres que han luchado pacíficamente por revocarla. Ente ellos se encuentra Jesucristo, hijo de Dios, fundador del cristianismo.


Aunque la Iglesia Católica esta sentada sobre las enseñanzas e ideales del Salvador, no ha estado exenta de violencia. La inquisición, las cruzadas y muchos otros eventos han hecho derramar sangre inocente en “nombre de Dios”. Pero esto no ha quedado en algo medieval, sino que se vive en la actualidad, ya que sacerdotes católicos participan activamente en las diferentes guerrillas del territorio americano principalmente, prestando un servicio pastoral a los subversivos, buscando la liberación armada de los sectores más populares de nuestro continente.


La Santa Sede condena estos actos, asumiendo una fuerte crítica a los religiosos y movimientos que apoyan estos sectores. Aunque sacerdotes no usen armas dentro de estas filas, la Iglesia repudia todo tipo de vínculo estrecho con las guerrillas. Pero ¿Qué pasa con los ejércitos? Son instituciones militarizadas, que buscan defender intereses de forma armada y donde sacerdotes y obispos son miembros autorizados por la jerarquía eclesial para pastorear esta institución, bajo la designación de castrenses. La iglesia legitima la participación del clero en el ejército por ser una institución legitimada, pero que ocupa la violencia al igual que la guerrilla.


No se debería condenar un sector y ser dócil con otro, cuando ambos tipos de milicia van contra el mandato de Jesús, el ya conocido “ámense los unos a los otros”. Como dicen por ahí, “ley pareja no es dura”, es por eso que la Iglesia no debería legitimar instituciones y movimientos que usen la violencia como medio de lograr fines, aunque no por eso estar ausente de hechos que ocurren en nuestro acontecer. El deber es ser luz y guías de los miembros para que dejen las armas, no para tomarlas y seguir reproduciendo la violencia.


Jesucristo fue un revolucionario, porque revolucionar es volver al revés, y eso fue lo que realizo Cristo con la sociedad de su tiempo. Destruyó una visión de mundo, construyendo otra totalmente diferente, sin armas, sin ejércitos, solo a través del carácter espiritual.


Los discípulos y gran cantidad de seguidores creían que Jesús sería un líder militar y que la revolución de la que se especulaba, sería de un carácter violento, donde correría sangre y habría muertes. Pero Cristo mostró que la paz y el amor son armas tanto o más poderosas que cualquier bomba de diez megatones. Los apóstoles no absorbieron ni entendieron de buena manera las utopías y enseñanzas que profesaba Jesús, queriendo lograr su liberación de forma violenta en ocasiones (como se mostró en el huerto de Getsemaní), a la vez de quererla lograr de forma inmediata, no al tiempo ni a la manera de Dios, que es con serenidad y paciencia.


En las guerrillas sucede algo similar a lo que ocurrió con los discípulos en los tiempos de Jesús, se busca la liberación de los oprimidos (algo que no es condenable, todo lo contrario) pero de forma violenta, tergiversando el mensaje del maestro. Ningún cristiano tiene derecho a acabar con la vida de otra persona en nombre de Dios, porque Dios es amor y el amor es vida. Además que Jesús nos demostró que luchar y ser revolucionario no es tomar armas y lanzarse a la sierra, sino que amar y entregarse por entero a los hermanos que más lo necesitan.


Por eso, sintámoslos revolucionarios, verdaderos guerrilleros de Jesús, de ese Jesús que con paz y amor, conquistó un mundo entero, que trasciende (y trascenderá) por los siglos de los siglos.


“Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más fuerte que la violencia

Herman Hesse






La Iglesia y la guerrilla


Para ahondar en el tema de este mes, que trata sobre la Iglesia y la guerrilla latinoamericana, es menester conocer mas sobre uno de los propulsores; Camilo Torres.

Camilo Torres ese que nacía hacia el 1929 en la fría ciudad Bogotá, pionero de teología de la liberación, hombre de disyuntivas, constructor de puntos de bifurcación, su vida misma se forjó frente a los caminos negados para Colombia. Desde muy temprana edad comienza a dar testimonios de su constante preocupación por los oprimidos y va acrecentándose en su conciencia que lo fundamental del hombre es el amor infinito por los desposeídos.


Convencido que la mejor manera de encontrar alivio, a los sufrimientos del pueblo y su reflexión lo conduce a interrogar su proyecto de vida personal, ingresando al seminario y haciéndose sacerdote en 1954 en Bélgica, pero continuó estudiando algunos años más en la Universidad Católica de Lovaina obteniendo el grado de licenciado en Ciencias Sociales marcando así su ideario político.


“Descubrí el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo; me di cuenta que valía la pena comprometerse en este amor, en esta vida, por lo que escogí el sacerdocio para convertirme en un servidor de la humanidad”.


Cuando regresó a Colombia, se sintió obligado a apoyar activamente la causa por los pobres y la clase trabajadora. En 1959 se convierte en capellán y profesor de la Universidad Nacional de Colombia siendo retirado de ese cargo en febrero de 1962, cuando se hicieron notorios sus primeros encuentros ideológicos con la jerarquía eclesiástica.


A partir de 1964 se acrecienta su preocupación por los oprimidos, su conciencia de la exigencia de amor al prójimo, más sus estudios y formación sociológica le demuestran la importancia de que el amor tiene que ser eficiente; es decir, que se necesita el cambio de estructuras, que es obligatoria una revolución social publicando así su "plataforma para un movimiento de unidad popular", en la convocatoria amplia de Camilo, comienzan a converger amplios sectores de trabajadores, sectores populares, estudiantes, cristianos e intelectuales. Su persistencia en la unidad, en la amplitud, expresada en su llamamiento a "tomar lo que nos une y dejemos lo que nos separa" se convierte en la clave del crecimiento posterior del Frente Unido.


En 1965 renuncia a sus compromisos clericales orgánicos pero no sacerdotales y recorre Colombia propugnando la abstención en las elecciones e inicia la publicación del semanario “Frente Unido” publicando en su primer número: “Mensaje a los Cristianos”:


“«El que ama a su prójimo cumple con su ley.» (Romanos 13, 8). Este amor, para que sea verdadero, tiene que buscar eficacia. Si la beneficencia, la limosna, las pocas escuelas gratuitas, los pocos planes de vivienda, lo que se ha llamado «la caridad», no alcanza a dar de comer a la mayoría de los hambrientos, ni a vestir a la mayoría de los desnudos, ni a enseñar a la mayoría de los que no saben, tenemos que buscar medios eficaces para el bienestar de las mayorías.”


En noviembre decide trasladar su sacerdocio católico de la teoría revolucionaria a la práctica guerrillera uniéndose al ejército de liberación nacional (ELN) participó en ella como un miembro de bajo rango y proveyó asistencia espiritual e ideológica desde un punto de vista marxista-cristiano. Murió en su primera experiencia en combate, cuando el ELN emboscó una patrulla militar colombiana.


“Nadie quiere la violencia, todos quieren la paz, pero la paz pasa por la defensa de la vida., buscar la liberación es el signo que marca el evangelio y que coincide con la teoría revolucionaria”

Camilo Torres